jueves, 5 de mayo de 2011

Érase una vez en Marrakesh


Panorámica de la plaza Djema el Fnaa
de Marrakesh, a mediodía
(agosto 2010)



La plaza Djema el Fnaa es el lugar donde los turistas piden a los taxis que les dejen nada más llegar a Marrakesh. Es el centro de la vida en la ciudad. Durante el verano, bajo el sol del mediodía, la plaza aparece casi desierta. Pero, al caer la noche, retoma su actividad y el ambiente se vuelve bullicioso y festivo. Huele al humo de la carne asándose en los puestos de comida, a naranjas recién exprimidas, a especias. Los vendedores llaman insistentemente a los turistas, y les sorprenden dirigiéndose a ellos en su propio idioma, exactamente igual que si estuvieran en casa. Por todas partes hay luz, por todas partes hay gente.


Vista de la Plaza Djema el Fnaa en las noches previas
al inicio del mes de Ramadán (agosto 2010)



Djema el Fnaa es también un importante punto de reunión de artistas callejeros. Los encantadores de serpientes hacen sonar sus flautas y sus tambores durante todo el día. Las mujeres dibujan con henna sobre pieles de todos los colores, llegadas de todos los rincones del mundo. Locales y foráneos se juntan en corros para ver cómo danzan las bailarinas cubiertas de la cabeza a los pies. Poetas, escritores y fotógrafos se pasean asombrados, intentando describir con imágenes o con palabras toda la actividad de la plaza.


Un grupo de encantadores de serpientes
en la plaza Djema el Fnaa
(Marrakesh, agosto 2010)


La animación es aún mayor en las noches previas al inicio del Ramadán, cuando los habitantes de la ciudad saben que les aguardan días de ayuno y abstinencia. De forma similar a la fiesta del Carnaval que precede a la Cuaresma cristiana, estos días son de alegría antes del que comience el mes de la reflexión y la oración para los musulmanes.

Hace una semana, la ajetreada vida de la plaza Djema el Fnaa de Marrakesh se interrumpió. El ruido de la explosión resonó por encima de las risas, de las flautas, de las conversaciones, de los reclamos de los comerciantes. Además del dolor de las víctimas y de los heridos, se instaló en el lugar un nuevo inquilino: el miedo.

Es justamente lo que busca el terrorismo. Amedrentar, asustar, impedir que la vida fluya por sus cauces naturales. Por eso es una buena noticia que hoy, una semana después del atentado, la plaza esté recuperando la normalidad. Que siga habiendo turistas, vendedores y camareros que pasen allí la jornada. Que sigan apareciendo los manifestantes. Que los artistas callejeros sigan en su sitio para recuperar la alegría del ambiente. Que demuestren que no hay ningún miedo.

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